martes, 10 de abril de 2007

El Techo ....





El Techo

Esa rajadura del techo se extendía cerca de cinco centímetros. Lo había calculado bien a pesar de que ese techo era demasiado alto y la imperfección apenas se notaba; y no pasaba casi desapercibida por su pequeñez sino porque el techista había sido un soberano hijo de mala madre que había cobrado bien por un trabajo que podía haber hecho ella en sus peores momentos. El techo necesitaba urgente que lo repararan.
Su madre se encontraba discutiendo, como de costumbre, con la voz apenas audible de su padre; a veces se preguntaba si él hablaba sólo para servir de acompañamiento a los gritos estentóreos de esa matrona enorme que era su madre. La fortaleza de la familia, todo el barrio la consideraba así y casi pudo sentir que sus labios dibujaban una sonrisa ante tamaña ironía; visto así era un milagro que la identificaran como hija suya. Esa mujer estaba hecha a cal y a canto y no había ser humano en esas calles que se atreviera a meterse con “La Doña”.
Ese día el sol se filtraba perezoso por lo que quedaba de las cortinas raídas de su cuarto y desde la cama podía estudiar casi indefinidamente las condiciones del cielorraso. Mirándolo detenidamente la rajadura que había visto en un principio no era nada; de las cuatro esquinas, tres estaban ocupadas por telarañas, y parte de la pintura comenzaba a descascararse como esos huevos duros que apisonaba entre sus manos, incansablemente, desde chica para poder pelarlos cuando tenían que preparar empanadas. Algunas manchas de humedad le recordaron a la novela “Chico Carlo” que la habían obligado a leer cuando niña, y comenzó- como en el relato- a buscar las extrañas formas que surgían de esas manchas verdosas; el tono de aquellas manchas también la remitieron a la yema de los huevos cocidos olvidados en la hornalla durante sus apasionadas lecturas del Club del misterio. Un suspiro resignado parecía ocupar todo su pecho y una resignación líquida saturó el revestimiento interno de sus venas... si al menos sus padres dejaran de discutir.
La brisa mañanera hinchó las cortinas y se coló por la habitación dejando el aire impregnado de un leve vaho alcohólico como cada vez que se paseaba por la mesa cubierta de medicamentos. Ese espacio que alguna vez fuera su refugio se había convertido en un recordatorio olfativo del ambiente hospitalario. En ese momento lo único que esperaba era que la intransigencia de su madre cediera al menos en esa ocasión. El médico había hablado durante semanas con esa mujer para que le evitara la tortura de contar el compás de sonidos provenientes de los endiablados aparatos invasores, y parecía que por fin estaba a punto de acceder a desconectarlos definitivamente; hacía apenas unas horas la envolvía ese silencio tan esperado y a sus oídos se filtraba como una melodía sumamente erótica. Seguía mirando el techo. En su fuero íntimo había querido que ese silencio se extendiera desde sus oídos hasta sus sentidos y que la negrura azabache tomara por asalto sus ojos; de esa manera quizá dejaría de ver el estado calamitoso de aquel techo. Había querido que el silencio del respirador fuera su última percepción y abandonarlo todo acunada por el susurro de las cortinas. Todo por un techo. Alguna vez había pasado desapercibido pues de otra manera no podía explicarse tamaño deterioro... Creyó sentir una lágrima rodar por sus mejillas pero sabía que se engañaba; el ruido del respirador había cesado y ella continuaba mirando el techo.

Autor: Nanci Cuellar
luna_muy_fina@hotmail.com

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