jueves, 12 de julio de 2007
jueves, 28 de junio de 2007
martes, 26 de junio de 2007
sábado, 23 de junio de 2007
viernes, 15 de junio de 2007
miércoles, 13 de junio de 2007
martes, 12 de junio de 2007
lunes, 11 de junio de 2007
domingo, 10 de junio de 2007
Otro final para un cuento...
Corespondiente al cuento de Aura de Carlos Fuentes
"Aura Bajo la luz de la luna"
Esa noche ambos amantes durmieron placidamente, con la dulzura y sabor a miel que solo trae consigo el amor puro.
Al día siguiente, con gentileza y ternura, Felipe hizo las veces de Aura, en cuanto a las atenciones para con su amada Consuelo.
Mientras ésta dormía, él se dedicaba a escudriñar y depurar todos los escritos del general Llorente, rescatando lo más importante del significado de este gran amor vuelto a encontrar. El se encargaría de hacerlo perdurar, encontraría la manera, esta vez a su modo, y para siempre.
Fue una sensación rara y extraña, darse cuenta que dentro de todo este torbellino vivido, resultó ser que el general tampoco estaba muerto, mas bien sí ajado y casi como un trapo sucio, por supuesto, Saga era el general mismo, cuidado con eterno amor por Consuelo que jamás pudo hacerse a la idea de que su querido general había muerto, así que en alguna otra de sus maneras aprendidas, logró retenerlo aunque solo fuera convertido en animal, un amado animal, pero también viejo y casi destartalado. Esto, por supuesto, fue añadiéndose a toda esta inimaginable historia, que aun después de tanto tiempo, era un diario de casi dos generaciones de vida.
Así, día tras día, escribió Felipe, gentil, amante y tenaz, tratando de plasmar y demostrar su amor puro a Consuelo.
Esta a su vez , no dejaba de intentar recuperar las fuerzas para con sus plantas, traer de vuelta a Aura, a los brazos fogosos de su Felipe, su general, su Saga.
A pesar de que Felipe también amaba la idea de volver a ver y a tener a Aura, joven y hermosa, entre sus brazos, no compartía, no soportaba mas, este modo, para perpetuar este amor, que había ya causado gran sufrimiento, muerte cruel y dolor de inocentes animales, como los gatos, que ahora sí estaba seguro haber oído maullar con dolor y desesperación, envueltos en llamas.
Pues Felipe decidió darle su propio final , a su propia historia, la del general, la de Consuelo, del conejo y de Aura.
Así que pactó con Consuelo, en que prepararían las plantas y harían todo lo indicado, paso a paso.
Su historia culminaría con el despido final de todos los amantes en escena, en la noche que el prepararía personalmente y dejaría escrita, hasta donde su pensamiento pudo llegar.
Esa última noche, reunidos Felipe, Consuelo y Saga en el cuarto de techo descubierto, a la luz de la luna y sin los maullidos de dolor, tomarían ambos de la botella de aquella sustancia roja y embriagadora, rodeados de todos esos matices verdes, como los del bello vestido de Aura, y como los de las copas y allí, sobre la cama, pondrían las plantas, y a Saga, con la misma navaja usada para los sacrificios de los otros gatos, degollarían a Saga y su sangre se mezclaría con las plantas, de donde volvería Aura nuevamente. Estando reunidos los cuatro amantes, tomarían de las copas una vez más.
Luego el mismo Felipe iniciaría el fuego donde finalizaría por fin toda esta macabra historia, y sus almas y su amor descansarían en paz por siempre.
Y así lo hizo, y todo se llenó de llamas, aparecieron en escena Aura, más nítida y hermosa que nunca, y el general, aunque ajado y viejo, fascinado de poder tomar con sus manos a Consuelo, y danzaron al calor de estas llamas que los fueron consumiendo, pero sin dolor, sin aullidos, en una felicidad liviana, con una sensación casi de éxtasis, y así se fue iluminando y quemando cada rincón de aquella oscura casa que en algún momento, fue maravillosa.
Al día siguiente solo se podían ver restos del incendio, no quedaba nada, solo una extraña y hermosa historia de un amor único y loco, escrita por un tal Felipe Montero, dos cuerpos entrelazados, totalmente calcinados, pero en un abrazo que mas allá del espanto provocaba ternura y paz.
Curiosamente, en el único tramo de pared que quedó en pie del cuarto de la señora Consuelo, quedaba un trozo del cuadro de los demonios, con el trinche en la mano, extrañamente, en sus caras no había ya sonrisas, solo unas expresiones de gran sorpresa o asombro, quizás retocadas por el perdón de la mano divina...
A. Rodrigo curso: PAC1
Al día siguiente, con gentileza y ternura, Felipe hizo las veces de Aura, en cuanto a las atenciones para con su amada Consuelo.
Mientras ésta dormía, él se dedicaba a escudriñar y depurar todos los escritos del general Llorente, rescatando lo más importante del significado de este gran amor vuelto a encontrar. El se encargaría de hacerlo perdurar, encontraría la manera, esta vez a su modo, y para siempre.
Fue una sensación rara y extraña, darse cuenta que dentro de todo este torbellino vivido, resultó ser que el general tampoco estaba muerto, mas bien sí ajado y casi como un trapo sucio, por supuesto, Saga era el general mismo, cuidado con eterno amor por Consuelo que jamás pudo hacerse a la idea de que su querido general había muerto, así que en alguna otra de sus maneras aprendidas, logró retenerlo aunque solo fuera convertido en animal, un amado animal, pero también viejo y casi destartalado. Esto, por supuesto, fue añadiéndose a toda esta inimaginable historia, que aun después de tanto tiempo, era un diario de casi dos generaciones de vida.
Así, día tras día, escribió Felipe, gentil, amante y tenaz, tratando de plasmar y demostrar su amor puro a Consuelo.
Esta a su vez , no dejaba de intentar recuperar las fuerzas para con sus plantas, traer de vuelta a Aura, a los brazos fogosos de su Felipe, su general, su Saga.
A pesar de que Felipe también amaba la idea de volver a ver y a tener a Aura, joven y hermosa, entre sus brazos, no compartía, no soportaba mas, este modo, para perpetuar este amor, que había ya causado gran sufrimiento, muerte cruel y dolor de inocentes animales, como los gatos, que ahora sí estaba seguro haber oído maullar con dolor y desesperación, envueltos en llamas.
Pues Felipe decidió darle su propio final , a su propia historia, la del general, la de Consuelo, del conejo y de Aura.
Así que pactó con Consuelo, en que prepararían las plantas y harían todo lo indicado, paso a paso.
Su historia culminaría con el despido final de todos los amantes en escena, en la noche que el prepararía personalmente y dejaría escrita, hasta donde su pensamiento pudo llegar.
Esa última noche, reunidos Felipe, Consuelo y Saga en el cuarto de techo descubierto, a la luz de la luna y sin los maullidos de dolor, tomarían ambos de la botella de aquella sustancia roja y embriagadora, rodeados de todos esos matices verdes, como los del bello vestido de Aura, y como los de las copas y allí, sobre la cama, pondrían las plantas, y a Saga, con la misma navaja usada para los sacrificios de los otros gatos, degollarían a Saga y su sangre se mezclaría con las plantas, de donde volvería Aura nuevamente. Estando reunidos los cuatro amantes, tomarían de las copas una vez más.
Luego el mismo Felipe iniciaría el fuego donde finalizaría por fin toda esta macabra historia, y sus almas y su amor descansarían en paz por siempre.
Y así lo hizo, y todo se llenó de llamas, aparecieron en escena Aura, más nítida y hermosa que nunca, y el general, aunque ajado y viejo, fascinado de poder tomar con sus manos a Consuelo, y danzaron al calor de estas llamas que los fueron consumiendo, pero sin dolor, sin aullidos, en una felicidad liviana, con una sensación casi de éxtasis, y así se fue iluminando y quemando cada rincón de aquella oscura casa que en algún momento, fue maravillosa.
Al día siguiente solo se podían ver restos del incendio, no quedaba nada, solo una extraña y hermosa historia de un amor único y loco, escrita por un tal Felipe Montero, dos cuerpos entrelazados, totalmente calcinados, pero en un abrazo que mas allá del espanto provocaba ternura y paz.
Curiosamente, en el único tramo de pared que quedó en pie del cuarto de la señora Consuelo, quedaba un trozo del cuadro de los demonios, con el trinche en la mano, extrañamente, en sus caras no había ya sonrisas, solo unas expresiones de gran sorpresa o asombro, quizás retocadas por el perdón de la mano divina...
A. Rodrigo curso: PAC1
2001
sábado, 9 de junio de 2007
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